viernes, 21 de mayo de 2010

Encuentro en París


El séptimo arte, desde sus primeros tiempos, ha tenido una tremenda inquietud por mirarse a sí mismo y por mostrar las grandezas y las miserias que rodean a esta maravillosa forma de expresión que por sí sola revolucionó el pasado siglo. Numerosos y muy dispares realizadores se han aproximado a la contemplación y análisis del medio en el que trabajaban, ya fuera en películas en las que la mirada al cine estaba diluida dentro de un tono de comedia, como pueden ser, Cantando bajo la lluvia, dirigida por Stanley Donen y Gene Kelly en 1952, o Cinemanía, cinta protagonizada por Harold Lloyd y dirigida por Clyde Bruckman en 1932; en dramas en los que el mundo del cine tenía una importancia capital a pesar de que no fuera la razón de ser de las propias películas, como por ejemplo las versiones de Ha nacido una estrella, dirigidas respectivamente por William A.Wellman y George Cukor en los años 1937 y 1954; o en incisivas y corrosivas cintas en las que los realizadores prácticamente mordían la mano que les daba de comer, como pueden ser los casos de Joseph Leo Mankiewicz en La condesa descalza(1954), Vincente Minnelli en Cautivos del mal(1953), y Dos semanas en otra ciudad(1962), o Billy Wilder, en ese maravilloso díptico protagonizado por William Holden, y que conforman El crepúsculo de los dioses(1950), y Fedora(1978). El cine también se ha mirado a sí mismo de forma ideal y romántica, desde la perspectiva del cinéfilo que exhibe ante el mundo el amor por el medio en el que ha llegado a tener la fortuna de poder trabajar, como bien demuestran los casos de François Truffaut(La noche americana), José Luis Garci(Sesión continua), Giuseppe Tornatore(Cinema Paradiso), Woody Allen(La rosa púrpura de El Cairo), Ettore Scola(Splendor), Lorenzo Llobet Gracia(Vida en sombras), o Peter Bogdanovich(La última película),... Indudablemente esta práctica metalingüística exhibida por el séptimo arte daría para una investigación muchísimo más exhaustiva, tanto en extensión como en contenido bruto, de la que puedo dedicarle aquí desde este humilde blog, pero eso, sin duda, al menos en este caso, supondría el alejamiento de mi primera intención al realizar este breve recorrido, que no es otra que la de poder situar el film de Richard Quine dentro de esta tradición de cine dentro del cine.




Encuentro en París supuso el reencuentro entre William Holden y Audrey Hepburn, después de haber trabajado juntos diez años antes en esa obra maestra de Billy Wilder llamada Sabrina, y aunque este segundo trabajo conjunto no alcance el nivel de la anterior, sí posee notables puntos de interés, al menos para un servidor. Me gustaría advertir, eso sí, que no creo que Encuentro en París sea una película adecuada para todo tipo de paladares, dado el carácter de pura extravagancia y de experimento formal que exhibe a lo largo de todo su metraje. Pero, para poder apreciar esto último en toda su magnitud, antes debemos situarnos en el punto de partida del film de Richard Quine.



Encuentro en París nos narra la historia de un guionista, encarnado por William Holden, que recibe la visita en su alojamiento parisino, y durante un fin de semana, de una mecanógrafa(Audrey Hepburn), para transcribir y entregar ese mismo domingo el guión que se supone ya ha confeccionado. Como bien puede suponer el lector, tal guión no sólo no está confeccionado, sino que ni siquiera se halla pensado o mínimamente madurado, con lo que ese fin de semana será una carrera contrarreloj para conseguir culminarlo y entregarlo a tiempo al productor de la película.



La acción transcurre íntegramente en dicho apartamento, mientras ambos personajes van perfilando ese guión, bueno, al menos la acción real, ya que al estar imaginando una ficción, el espectador la ve constantemente representada en imágenes, y no solo eso, sino que cuando se produce una rectificación en la trama, la imagen rebobina hacia atrás hasta dar con el momento exacto a partir del cual se desea continuar. En ese sentido, si el personaje de William Holden imagina los títulos de crédito del principio de esa hipotética película, nosotros vemos esos créditos, si Holden dice que Frank Sinatra podría cantar la canción, escuchamos a Sinatra cantarla; si por ejemplo se dice que sale de un coche una mujer parecida a Marlene Dietrich, es ésta la que aparece aunque sea en un mínimo cameo de unos pocos segundos, y si Audrey Hepburn dice que tenía una cita con un tipo parecido a Tony Curtis es este último el que aparece en el film, aunque en su caso goza de un protagonismo infinitamente mayor que la Dietrich, alcanzando el carácter de personaje secundario del relato.





En esta ocasión el autor de Un extraño en mi vida, realiza un experimento formal en el que se mezclan los géneros y los diversos recovecos de las ficciones sin disimulo alguno, acompañados por diversas pullas a la Nouvelle Vague francesa en muchos diálogos entre ambos protagonistas. Si Encuentro en París se sostiene de alguna forma, es principalmente por las magníficas interpretaciones de William Holden y Audrey Hepburn, pareja que era capaz de sacar a flote cualquier cosa, y sin cuya presencia el film de Richard Quine sería sin duda un producto de una calidad muy inferior. Con todo ello, y a pesar de que a mí personalmente me ha resultado un producto entretenido, es una película sobre la que resulta prácticamente imposible que haya un mínimo consenso en las opiniones que los espectadores pueden tener sobre ella, debido fundamentalmente a su extravagante estructura y a su tono quizás excesivamente frívolo, quedando por tanto en un modesto lugar en comparación con las grandes cumbres del género de cine dentro del cine, por ello la recomiendo con bastantes reservas.


Encuentro en París
País: Estados Unidos
Título original: Paris when it sizzles
Intérpretes: William Holden, Audrey Hepburn, Noël Coward, Tony Curtis, Gregoire Aslan, Raymond Bussieres, Christian Duvallex
Guión: George Axelrod, Henri Jeanson y Julien Duvivier
Fotografía: Charles Lang
Música: Nelson Riddle
Producción: Paramount Pictures
Director: Richard Quine

4 comentarios:

WODEHOUSE dijo...

Me encanta este post. Te has ido a lo dificil total.
Es muy facil dedicar un post a un peliculón, que es lo que suele hacer la gente. (Por cierto, tu sección de grandes truños literarios me ha venido hoy a la memoria, cuando me he metido a mirar quien va a ir a firmar esta feria del libro en Madrid, era insuperable tu seccion.)
Esta peli, la recuerdo porque iba muy mona Audrey, por la bonita fotografia y decorados y poco más...no tenía ni pies ni cabeza pero le veo su gracia y era entretenida y graciosa. Y solo por verlos juntos otra vez...eso solo ya merece la pena...
Lo has expuesto maravillosamente y has dfendido tu postura con enorme claridad, cosa que se ve muy poco en los blogs.
Me das ideas con esto...te das cuenta el filón que sería una sección de grandes truños musicales???. Todos ahí que nos empeñamos a ver quien pone el mejor grupo y/o el mejor disco...no sabemos!!! Un besazo

Jaime Sirvent dijo...

Wodehouse, muchas gracias, a ver, la película no la considero un truño ni mucho menos, pero sí que entiendo que es una película que no gustará a todo el mundo ni por asomo por no tener ni pies ni cabeza como tú bien dices en muchos momentos, pero bueno, ese ni pies ni cabeza es porque el guión que están escribiendo no lo tiene en absoluto, pero la película es muy divertida, al menos para mí. Ahora bien, es un tipo de película que quizás ha quedado algo obsoleta y forzada, saludos.

ethan dijo...

Es una peli que tengo ganas de ver otra vez. Me acuerdo que me daba la risa por las idas y venidas, los cameos y todo lo que bien apuntas. Tampoco creo que sea un truño. Es un guión especular que se rie de los guiones especulares.
Saludos!

Jaime Sirvent dijo...

Pues sí, yo creo que es una película que tiene sus puntos de interés y que merece algún otro visionado sin duda alguna, saludos.